Hubo un tiempo en el que los principios y la realidad eran excluyentes. Votar era una elección entre uno malo y uno peor. Lo que había enfrente no representaba el país que uno asumía posible. Quizás cuando uno padece el romanticismo de la juventud nada es digno, apropiado, cabal. Quizás, de hecho, durante muchas décadas las posibilidades de liderazgo que hemos tenido han sido demasiado pragmáticas, sectarias, corruptas y desinteresadas realmente por el porvenir que como colectivo deben recorrer los venezolanos.
Lo que ha nacido con Capriles, qué paradoja, es exactamente lo que nunca tuvimos representado en un tarjetón. Ante la concentración y profundización de todos nuestros defectos que este gobierno sustancia, las más maduras, tolerantes, avanzadas, eclécticas, honestas y flexibles ideas políticas, educativas, liberales, solidarias y transparentes han unido todas sus fuerzas verdaderas, pintando ante nosotros el movimiento más plural, creativo, genuino e inédito que hayamos tenido nunca.
La Venezuela de Capriles no es la nación que sumisa ante un líder y su camarilla tendrá que seguir por el nuevo túnel que al caudillo de turno se le ocurra enclaustrarnos. Lo que ha entendido Capriles, y por eso ganó las primarias y gana adeptos de todos los estratos, ocupaciones y tendencias políticas, religiosas y generacionales, es que los problemas deben atenderse mientras acordamos reglas en las que todos podamos ocuparnos de ayudar, desarrollarnos a nosotros mismos y simultáneamente mirar hacia el provenir. Las necesidades colectivas e individuales, el intercambio libre con el resto del mundo, la valoración de nuestra historia y nuestro presente, y la creación cultural (entendiendo cultura en su más extenso sentido) no sólo no son excluyentes entre si, sino que resisten los más diversos acercamientos, y más nuestros serán mientras más maneras haya de aproximarse a ellos, menos excluyentes y más autóctonos en la medida en que cada día tengamos la libertad de trabajar, producir y soñar con un mejor derrotero, siendo responsables, solidarios y honestos.
De modo que Capriles reúne ese conjunto de valores básicos, plurales y abiertos con los que millones hemos soñado por años, en los que la honestidad y la prosperidad no sólo no son enemigos, sino que tienen la responsabilidad de socorrer al prójimo necesitado, estimular el conocimiento, desarrollar al individuo y valorar todo nuestro conjunto, desde la familia hasta los regionalismos, desde nuestra historia hasta nuestro futuro, desde nuestras universidades hasta nuestras empresas.
Porque no se trata de un candidato, sino del deseo de varias generaciones que ha visto postrado y frustrado sus genuinos sueños con un país decente, que se merezca como cualquiera la oportunidad de salir adelante. Es un país que acosado por sus propias miserias, acuartelado por sus propias falacias, ha decidido hacer votos por su verdad, aunque ése represente el camino largo y empedrado, porque es de seguro el que nos llevará al país posible, y no al menos malo, al chantajeado, al acomodaticio.
Así que además de una encrucijada que nos deja entre la carretera y el abismo, además de correr el riesgo de consolidar el período más oscurantista que haya tenido Venezuela en sus últimas décadas, tenemos la formidable, auspiciosa y renovada oportunidad de construir el país que siempre quisimos, trabajar entusiasmados por las quimeras que escojamos y volver a tener horizonte.